El 11 de agosto surgieron las noticias sobre el suicidio de Robin Williams, aparentemente por una depresión desmedida que llevaba años en su vida. Y mientras los homenajes y mensajes de admiración no han parado de ocurrir en medios y redes sociales, hay varios que han tomado la oportunidad de criticar y desacreditar su muerte, como lo hacen con todas las figuras públicas que han cometido suicidio.
En Facebook y blogs personales se pueden ver comentarios como “Suicidarte es lo más egoísta que puede hacer una persona”, “Hacerle eso a tu familia es simplemente egoísta”, y decenas de variaciones.
Estas personas están, si no en un error ignorante, al menos muy desinformadas. La tristeza extendida, o depresión, es una condición que si no padecemos, no deberíamos siquiera intentar juzgar (“No critiques lo que no entiendes”, decía Bob Dylan). Hoy en día se ha banalizado tanto la palabra depresión (i. e. “Qué depresión que mañana sea lunes”) que dejamos de visualizar lo que conlleva y hasta dónde puede llegar.
El problema es que los desbalances mentales o emocionales nunca reciben la misma simpatía que las enfermedades físicas, como si los primeros no fueran reales y fueran más bien una creación propia, una debilidad ante la vida, que se debe superar y listo. La banalidad sólo incrementa la sensación de que el mundo es absurdo y, sobre todo, doloroso: “Nunca se está más solo que cuando se está solo rodeado de gente”, reza el dicho. Ultimadamente, la depresión es una manera de llamarle a un túnel existencial que lo vuelve todo extraño y del que es muy difícil salir si no se tienen a la mano ciertas herramientas. La lógica que tiene una persona sana, no deprimida, nunca será la misma lógica que llevó al otro a quitarse la vida.
Uno de los grandes problemas de la depresión es que estando allí es difícil tener buenas ideas. Es difícil decir “Voy a meditar, comer sano, salir a caminar, escuchar a Mozart, irme a vivir al bosque, hacer listas de palabras…”. Estando allí hay parálisis y hay inundación. Decir, entonces, que es “egoísta” cometer suicidio es emitir una opinión completamente desinformada y, finalmente, banal; ya el verbo “cometer” antes de “suicidio” es un prejuicio lingüístico. Cuando se dice que es egoísta no se está refiriendo directamente a nada, porque el suicidio varía tanto en sus crisoles como varían los infinitos túneles bajo la superficie.
¿Es egoísta decir que el suicido es egoísta? Esa pregunta queda en el aire. Lo cierto es que las opiniones sobre la tristeza, cuando no se está dentro de esa tristeza, son sólo opiniones. Hablan sólo de quien las habla.
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